Ana María Alemán


Lo Eterno en " Después de para siempre"
Ana María Alemán

Por: Juan Ramón Saravia


Ninguna de mis vivencias me ha parecido tan triste como la mañana en que me di cuenta de que yo no tenía alas. Los pájaros, sin esfuerzo alguno, volaban del suelo a la fronda más alta y del prado a la montaña. Yo, por más que agité los brazos, no pude hacer lo que esos seres de colores y tonos mágicos hacían cotidianamente. Andando el tiempo, la vida me enseñaría que todos los seres tienen una virtud y que es estéril intentar evadir la fuerza de la naturaleza. El río fluye sin que nadie le enseñe a dónde ir, la tarde se hace íntima sin esfuerzo alguno y la aurora pone cristal de agua en el cuello de los lirios a pesar del verano. No, no se puede ir contra la esencia, no se puede evitar que el mundo gire ni se le puede exigir al mar silencio.


A mi padre le gusta decir que el mundo es mundo porque unas cosas nos hacen felices y otras nos llenan de tristeza. Hace exactamente dos meses leí el libro de poemas "Después de Para Siempre", primera obra de la hondureña Ana María Alemán. Sorpresa es la palabra que deseo usar para describir mi primera impresión acerca de sus textos. Agradabilísima sorpresa de que en sólo veinticinco poemas cortos pueda tener cabida tanta reposada ternura. Muchos de los que nos dedicamos a los menesteres poéticos, muy a menudo cultivamos una escritura revestida de elementos que, aunque son absolutamente válidos como derecho literario, echan cierta burma conceptual que no siempre "llega" a la conciencia y al corazón de quienes leen. La poesía de Ana María Alemán es conpletamente ajena al artificio pero es líricamente sustanciosa. Como la maduración de las frutas, como la lluvia de mayo, como la brisa de las seis.
¿Me pregunta Usted qué sentí al leer los poemas de Ana María Alemán, eso quiere Usted saber? Pues vea: yo sentí (y siempre que los leo me sucede) que la voz de esta poeta va totalmente desmuda y blanca, pura y plena, florecida y hermosa como la más grande verdad de la vida। Porque en esta escritora parece no haber más referente que el dolor y la alegría que, viéndolo bien, son los dos grandes componentes de la existencia.
Y quiero creer que es en esa simple fórmula donde reside la fuerza de sus escritos. Su sencillez al escribir no es rebuscada sino consustancial con su manera de vivir y de observar la vida. Quizás el hecho de no romperse los pies corriendo tras la metáfora, la metonimia, la sinécdoque y otras valiosas piezas de orfebrería literaria permitió a la poeta concentrarse en la real razón de ser de la poesía: el estremecimiento primigenio por el asombro ante lo cotidiano. Y en esa carga abarcó los grandes temas eternos de la poesía: la muerte, la solidaridad cósmica, la existencia, la miel del amor y la estocada del olvido, todo esto en una plácida como dolorida entrega de un testimonio en que no cabe la verba infecunda ni las segundas intenciones. El asunto es que esta mujer escribe no para impresionar sino (permítaseme inventar este verbo) para "expresionar", no quise decir "expresar" sino "darle rienda suelta a lo que ya no se puede soportar en el alma". Cada verso es algo que nos habla sin rodeos acerca de lo que a cualquiera de nosotros nos ha pasado.
Yo quiero celebrar la aparición del poemario "Después de Para Siempre" porque muy pocas veces se da el caso de que un primer libro sea tan rotundamente abrazado por todo tipo de lectores, hablo de los que hace tiempos hemos hecho armas en el oficio de poetas y también de los que sin saber nada de teorías literarias son súbitamente capturados por la sencilla densidad del sentimiento de un tipo de poesía que no pretende dar cátedra sino lamerse las heridas existenciales o cantar un llanto suavemente en un rincón de la página.
Porque es cierto y porque además me encanta repetirlo, afirmo aquí otra vez que quienes lean los versos de Ana María Alemán entenderán por qué admiro tanto su poesía.
El Heraldo
, 17 de enero de 1999

No hay comentarios:

Publicar un comentario