El espacio creativo de Ángel Rodríguez se vislumbra en la economía
conceptual y en el punto sencillo de su vigoroso lenguaje.
Él busca una acción rutinaria, justa y ubicada en esos caminos que desde
su infancia tuvo que recorrer, no para conocer el alma del poema, sino
para obtener el pan necesario de aquellos días; pero hoy hace un giro
hacia su niñez, para sustentar lo que ahora él considera debe ser un
sueño realizado. Lo de ayer es la base del hoy, su pasado está
concatenado con el presente.
En este volumen nos enseña una parte de la fotografía que le tomó la
vida, esta es la única señal de su realidad externa e interna.
Aquí está el paso del tiempo, la exposición del hombre que ama, que se
lamenta y que recurre a su voz para decirle al universo que desde sus
arterias hay luz y esperanza.
Un lenguaje directo y sencillo trenza la seriedad en lo rural, lo coloquial
y lo sensible, su manera de aportar lo esencialmente formal no lo aleja de
la convicción, la disciplina del rigor, ni de la inocencia en un cierto
aspecto es válida, en la característica de un creador.
Este es un trabajo signado por el amor, el desamor, la tristeza, los
anhelos, la naturaleza, el aire, los pájaros, el mar, los bosques, son versos
que se afianzan a la subsistencia del ser, ni poseer conceptos de
supremacía, de variedad, de envidia y nuevas pautas de soberbia, ni
extraordinarios poses
Este es un libro de la vida del autor y de su entorno. No tiene falsas
pretensiones, ni adornos vanidosos de lo que es un libro y como otros
libros, un fiel amigo, al que hay que tratar como se merece, con respeto y
objetividad.
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