El Camino bajo el SOL




Pasz Cervantes
Son las dos de la tarde de un viernes. El resto de la población se prepara para las oraciones y yo para iniciar el viaje por tierra entre Lahore e Islamabad.

El sol sigue donde siempre está, y yo también continúo girando a su alrededor dando la sensación que es él quien se va, poco a poco, cayendo muy lentamente, y no yo dando vueltas, sin parar, al compas del tiempo.

En las mesetas, campos de florecitas amarillas como reflejo del Rey Sol en la tierra. Parches amarillos que son inspiración para el diseño de alfombras. Familias enteras en motocicletas las atraviesan. Todos envueltos en mantos, de pies a cabeza. Vuelan los mantos y él Sol sigue cayendo. El cielo de un azul intenso.

Enmedio de tanta sangre, las florecitas amarillas se levantan como reflejo de los rayos del sol, queriendo pintar lo que se mancha con dolor.

Manadas de cabras saltan y revolotean para darle trabajo a los niños que las persiguen siempre envueltos en sus mantos color chocolate con leche.

A lo lejos un hombre sostenido por un turbante blanco contempla, impávido, inmóvil, la caída del sol desde un muro de adobes a medio levantar.

La mujer de vestido rojo vivo, saca agua del pozo cercano. Los camiones se desplazan halados por un arcoiris de colores e imégenes, pavoneándose a lo real.

Los hombres regresan del diario sudor, caminan lentamente cargando azadón, balde y resignación.

Y el Sol no se detiene en su Real comando del día y la noche. Bendito Sol, Rey de Reyes, centro de toda existencia, testigo de dolores y alegrías. Testigo sin descanso.

En los carros los hombres ríen mientras acomodan sus turbantes.

Y mi me acompaña Juanes, porque la conversación se reduce a tres palabras con el recién conocido chofer. Tres palabras que no sé si la primera debería de ir al final o al revés. O sea, major el silencio. Y por supuesto, su mirada intrigada que prefiero ignorar y dejarme llevar por las imágenes y mi emoción.

La emoción pica y salta como si ya no tuviera espacio en este gastado cuerpo y sale a chorros de lágrimas y en temblores que parece que llegan buscando cálidos rayos de salvación. Cómo parar el llanto? Cómo detener el giro alrededor del sol? Cómo parar la emoción y la saudade? Las añoranzas afloran una tras otra, a la carrera, no hay tiempo para escoger una, todas se alborotan y danzan con los pies desnudos sobre los charcos formados de tanta lágrima.

Los soldados parecen de plomo, sólo pa’ jugar: “Vaya, usted aquí y usted acá” Si, distráiganme que los recuerdos me asfixian.

Y el Sol no se detiene y se hace más intenso sobre los millones de florecitos silvestres que se levantan a medida que la luz solar las toca más de cerca. Se levantan a abrazar los cálidos rayos y hacia el descanso que trae la oscuridad. Lucen como parches amarillos entre los siembros de trigo por el que se asoma otro en bicicleta haciendo equilibrio entre piedras y corrientes de agua, mientras un burro pacientemente lo contempla, y probablemente se ríe. O agradece no estar él en lugar del aparato rodante. Y no se mueve. Será que el burro quiere ruedas?

Los rayos siguen calentando la huella del trabajo rural.

Los pájaros vuelan bajo. El sol sigue despidiéndose, Coronado con un anillo anaranjado que amenaza con descansar sobre la montaña verde, verde imponente como pechos de mujer al desnudo a espera de una caricia tierna mientras reciben el paseo de las cabras en busca del pan de cada día, probablemente la última cena, antes de convertirse ellas mismas en cena de otro hambriento.

Y el anillo anaranjado se extiende hasta el infinito mientras las amarillas en el suelo se excitan, se intensifican y se elevan en adoración del Dios único, El Sol.

La montaña se desvanece en una línea horizontal adornada por los altivos y elegantes eucaliptos, sin menospreciar aquellos que nacieron torcidos y que sirven de sombra en los días de intenso calor.

Juanes me suena y me gusta…”volverte a ver” adornado del rojo que rápidamente se convierte en bandera de despedida del astro caliente. Mujeres y niños cargan ramas secas para la hora gris y las negras que trae el momento bronceado

Los hombres acurrucudos dejan el pensamiento volar

Llega la hora gris y con ellas mi cámara frustrada, escondida en el bolso que arrastro por tierras extrañas. Me espera la casa, la foto de mi madre, los recuerdos y mi soledad. Las medias lunas se ergen al compass del melancólico llamado a la oración y se dejan sentir los aromas de la leña quemada. Las luces de fuegos improvisados y no tan improvisados, comienzan a iluminar lo que alcanzan, a sabiendas que es limitado, y que sólo mañana, el señor Sol dará para todos. Las motocicletas cargan innumerables tarros para la leche para el obligado té de cada rato, la libélulas se vuelven locas, y los hombres siempre cubiertos de la temperatura que llega con la oscuridad, caminan acelerados para no faltarle a Allah. El llamado a orar llena el espacio

Los rótulos, las luces, los paseos de una ciudad diseñada con paciencia, y a lo lejos la amenaza de más sangre, dolor y angustia, y el grito desgarrador de la soledad en que caen los niños ajenos de toda culpa.

Todos se envuelven y recogen bajo un cielo de lánguido azul, abandonado por los rayos directos del sol, para dar la bienvenido a la media luna que se asoma tímida.

Llegamos, y con nosotros, la esperanza por un día mejor, Inshallah!

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